Paseando por Varsovia

Cuando le comentamos a algunos conocidos que nos íbamos a pasar una semana a Varsovia, muchos nos dijeron que habíamos escogido mal, que lo que realmente merece la pena visitar en Polonia es Cracovia. Y nos empezamos a preocupar, sobre todo después de comprar la guía de Lonely Planet. Cracovia tiene muchos más monumentos, más museos, es más turística… Ya nos íbamos con la idea de que la habíamos liado.

Aunque no era la primera vez que Éire viajaba en avión, (en diciembre del año pasado nos fuimos a Londres), sí que era la primera vez que hacía un viaje de tantas horas y que además requería hacer escala. Por eso intentamos coordinar lo mejor posible las horas de los vuelos y las horas habituales de siestas y comidas de la peque. Salimos de Madrid  a las 10.45 horas, lo que no nos obligaba a madrugar demasiado. La escala en el aeropuerto de Heathrow era de algo menos de dos horas y la verdad es que no nos dio tiempo ni a sentarnos; Éire comió en el avión y durmió casi todo el viaje. A las 18.00 horas estábamos en el aeropuerto de Varsovia. Para la vuelta, pues lo mismo: salimos de Varsovia a las 12.30 horas, lo que nos permitió comer en el avión que nos llevaba a Londres y Éire durmió su siesta en el trayecto Londres-Madrid. Nos salió todo perfecto. ¡Punto para la Furgoteta!

Pero hubo algo que no nos gustó demasiado en el aeropuerto de Heathrow. Teníamos que cambiar de terminal, por lo que tuvimos que coger un autobús y pasar de nuevo por la zona de los controles. Otra vez a quitarse botas, cinturones, chaquetas… Además tuvimos que quitar las fundas de los teléfonos, el ordenador y la tablet y nos hicieron abrir el potito y el agua de Éire y probarlos. A la vuelta nos pasó lo mismo y si bien, por el hecho de ir con una niña pequeña teníamos preferencia en las colas, tuvimos una pequeña crisis. Pretendían que Éire pasase sola por el control, así que Heber se puso al otro lado del detector de metales y extendió los brazos para que fuera con él. Al policía de turno no le pareció buena idea, apartó a Heber de muy malas maneras y Éire entonces se negó a pasar. Cambiaron de estrategia y dejaron pasar a María con la peque en brazos, pero eso supuso un cacheo a fondo tanto a la madre como a la niña que lloraba a moco tendido. La experiencia, como imaginaréis, no fue de lo más agradable.
Para el traslado desde el aeropuerto de Varsovia teníamos en mente coger un taxi. Cuando ya estábamos llegando a la parada nos abordó un hombre ofreciéndonos un coche y supusimos que aquello no era legal. A pesar de que le decíamos que no una y otra vez, él insistía e insistía hasta hacer la situación un poco incómoda. Cosas que pasan. Una vez en la cola de los taxis «legales» no tardamos ni cinco minutos en conseguir uno. Reconocerlos es fácil. Para empezar, están estacionados en zonas señalizadas y además, llevan una pegatina con el escudo de la ciudad, la sirenita, y el precio que cobran por kilómetro. Aunque el taxista no entendía nada de inglés, le enseñamos la dirección y nos llevó sin problema, por el camino que tenía que llevarnos. Y el precio del trayecto fue de unos 10 euros. El día de vuelta también fuimos al aeropuerto en taxi y el precio fue más o menos el mismo.

Para hospedarnos en vez de reservar habitación en un hotel, alquilamos un apartamento en Airbnb. Aquí tenemos que hacer un inciso para agradecerle a Sonia que nos hablara de esta posibilidad y que nos hiciera de intérprete para ponernos en contacto con la dueña del apartamento. Gracias, gracias, gracias y chorrocientas gracias.
Pensamos que la opción del apartamento sería mucho más cómodo para ir con Éire. No tendríamos que madrugar para llegar al desayuno, no estaríamos obligados a tener que comer y cenar en cafeterías o restaurantes si no nos apetecía y en el caso de que Éire estuviese cansada y quisiese irse a dormir, nosotros podríamos estar tranquilamente en el cuarto de estar del apartamento charlando, leyendo o lo que surgiera. Y ese fue otro punto para la Furgoteta. No pudimos escoger mejor. El apartamento tenía todo lo que necesitábamos y en la puerta había parada de taxis, metro, autobuses y tranvías; además teníamos un mercado muy cerquita y caminando, en quince minutos estábamos en el centro de la ciudad.
Movernos por Varsovia fue relativamente fácil. Las distancias no son demasiado grandes y tampoco se te hacen muy pesadas ya que cada pocos pasos tienes algo que te llama la atención: una plaza, un edificio, una tienda, una placa conmemorativa… El metro solo tiene una linea que une el norte y el sur de la ciudad pasando por la zona centro, así que es fácil y rápido. Como en las máquinas expendedoras de los billetes no entendíamos nada de nada los compramos en los puntos de información de la ZTM, (Oficinas de Transporte Urbano), en los que te atiende una persona y te informa de todo lo que necesites.
En cuanto a cómo nos movimos con Éire, algunos ya sabéis que no solemos viajar con su sillita, sino que utilizamos distintos portabebés. En Varsovia hemos utilizado una mochila ergonómica de la marca Manduca. No la habíamos usado nunca y era una prueba de fuego ya que no llevábamos ningún otro portabebés. Y la elección fue buena. Es una mochila muy cómoda, fácil de poner y de quitar y que te dejas atada a la cintura aunque no lleves al bebé encima, por lo que no necesitas llevar una bolsa aparte ni te ocupa tu propio bolso o mochila. Nosotros la recomendamos 100%.

El tema de las comidas ha sido la gran aventura del viaje. En muchas cafeterías y restaurantes el menú sólo está en polaco y muchas veces las personas que atienden no saben nada de inglés, así que en más de una ocasión hemos pedido sin tener ni idea de lo que nos íbamos a encontrar en el plato. Según pasaban los días, íbamos entendiendo alguna palabra, pero la cosa estaba muy difícil. Hemos aprendido que los pierogi, parecidos a los ravioli, son una apuesta segura que se encuentra en casi todos los restaurantes. Tienen un sabor un poco fuerte, (a Éire no le gustaron), pero no están nada mal. Un plato muy recomendable para los peques de la casa es el pulpeti. No, no es pulpo, son albóndigas de toda la vida que acompañan con arroz o patatas cocidas.

La comida es barata y por menos de 10 euros hemos llegado a comer los tres en una lechería; en concreto en una que se llama Prasowy. Los platos disponibles están apuntados en una pizarra, escoges el que quieras, se lo dices a la cajera, te cobran y te dan tu ticket con el que te vas a la ventanilla de la cocina y en un momento tienes tu plato. La cajera no entendía nada de inglés pero fue muy amable al ir a buscar a una compañera que nos tradujo casi todos los platos a pesar de que la cola ya llegaba a la puerta de la calle. La gente llega, come y se va, no es un sitio de sobremesa, es más bien para los que trabajan y estudian por la zona y tienen poco tiempo para comer. Pero nosotros lo recomendamos. Es muy curioso.
Y terminamos esta entrada reconociendo que el miedo que llevábamos en el cuerpo de que Varsovia no merecía la pena, se nos quitó enseguida. La ciudad es bonita y muy agradable. En las próximas semanas os iremos contando todo lo que vimos, aunque como somos buenos, os mostramos un adelanto.

¡Feliz miércoles!

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