Delta del Mekong con niños: un madrugón que merece la pena

Visitar Vietnam por primera vez trae consigo la obligación de acercarte al sur del país para darte un paseo en barca por los mercados flotantes que se reparten por el Delta del Mekong. Decidimos que exploraríamos esta parte del país desde Can Tho, la ciudad más grande de la zona, con más de un millón de habitantes y en la que hay dos mercados destacados: el de Cai Rang y el de Phong Dien.

Para llegar a Can Tho desde , el trayecto era complicado: primero un taxi nos llevaba del hotel a una pequeña estación urbana, donde nos subimos a un autobús urbano abarrotado. Como los billetes de autobús y el taxi lo pagamos directamente en el hotel, un guía nos acompañó hasta la estación urbana y nos ayudó a coger el autobús adecuado.

Por suerte, en este autobús urbano estuvimos poco rato: apenas podíamos respirar

Una vez bajamos de ese primer autobús, estábamos en una estación a las afueras de Ho Chi Minh, donde agradecimos la amabilidad de los vietnamitas, porque no teníamos ni idea de cuál era el siguiente paso. No sabían nada de inglés, así que nos entendíamos mostrándoles los billetes y poniendo cara de perdidos. Ellos nos tranquilizaban con una sonrisa y con gestos nos indicaban que esperásemos. Y se acordaron de venir a avisarnos cuando llegó nuestro autobús (lo que tiene mérito, con todo el trajín de gente y autobuses que había).

El siguiente autobús, el que nos llevaba a Can Tho, era bastante más moderno y espacioso. Te dan una botellita de agua al subir, tienen aire acondicionado, mantas para poder sobrevivir a ese aire acondicionado y, por supuesto, televisión. Pudimos disfrutar de grandes programas de humor (o eso dedujimos, porque todo el autobús iba carcajeándose) y un «Noche de Fiesta» asiático con cantantes vietnamitas interpretando «Fumando Espero». El trayecto, de unos 170 km, dura unas 4 horas, con una parada a medio camino de unos 20 minutos en un área de servicio en el que se puede comer algo.

El taxi y los dos autobuses nos costaron unos 12 euros por cabeza (Éire no pagaba). Hacerlo por nuestra cuenta habría sido más barato, pero tras vivir el viaje nos quedó claro que habría sido muchísimo más complicado, porque no había información comprensible en ningún lugar y seguramente habríamos acabado en Pernambuco.

Una vez en Can Tho nuestra idea era dejar las mochilas en el hotel e ir a orillas del río para contactar con alguno de los barqueros y que al día siguiente nos llevara a recorrer los mercados flotantes, el gran atractivo de esta parte del país. Pero para cuando llegamos ya era bastante tarde, así que de nuevo, tiramos de los servicios del hotel. Nos daban dos opciones: salir a las 4 de la madrugada o salir a las 6. Nosotros escogimos la segunda; por unos 40 euros un guía de habla inglesa nos pasaría a buscar y nos acompañaría en un paseo en barca por el río durante unas 6 horas. Estábamos al principio del viaje y no nos atrevimos a hacer la excursión más madrugadora por miedo a que fuese demasiado para Éire; según fueron pasando los días, nuestra hija nos demostró que podía aguantar eso y más y que, desde luego, para ella eso del jet lag era una leyenda urbana. Su madre, por el contrario, lo sufrió durante una semana entera.

A las 6 de la mañana, después de ver el amanecer desde la terraza donde se servía el desayuno, nos fuimos con el guía hacia el río. Una barca y su dueña nos estaban esperando.

Salir «tan tarde» supuso que en los mercados ya no hubiese el mismo movimiento que a primera hora, pero aún así, y con una barca y un guía para nosotros solos, la excursión valió la pena. Pero si váis por allí, coged la excursión de las 4 de la mañana: ¡los vietnamitas rurales madrugan muchísimo!

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El desplazamiento en la barca nos permitió ver de cerca cómo los vietnamitas de esta parte del país organizan su vida dependiendo del río para casi todo, desde su higiene personal hasta su tiempo de ocio, pasando por acudir a la escuela o lavar la ropa. El escoger una barca pequeña también fue un acierto porque, después de visitar los mercados flotantes, exploramos los brazos más estrechos del río (cosa que no pudieron hacer quienes contrataron excursiones en barcos mayores), disfrutando de un tranquilo paseo, y metiéndonos un poco más en la vida cotidiana de los vietnamitas.

Nuestra barca y barquera nos dicen adiós desde el agua

Una vez en tierra, un paseo a orillas del río nos llevó a los pies de una gigantesca estatua de Ho Chi Minh. Suponemos que será para los habitantes de Can Tho lo que para los madrileños el oso y el madroño de la Puerta del Sol, punto de encuentro por antonomasia, solo que veinte veces  más grande.

El decadente, aunque curioso, Museo Militar nos mostró un Vietnam en estado puro: salas en las que parecía que llevaban años sin ser visitadas (y reformadas) y el día a día de los chicos en la escuela, con toda la espontaneidad y curiosidad que derrochan los chavales en este país. La entrada es gratuita.

Can Tho fue el único sitio de Vietnam en el que usamos la mosquitera en la habitación del hotel; aunque las instalaciones en general no estaban mal, una ventana que no cerraba bien dejaba el hueco perfecto para que los mosquitos entraran y se montaran una fiesta de pijamas. Y desde luego, al caer el sol, por la calle era indispensable llevar manga larga y un repelente.

Terminar el día cenando en el restaurante Quán Com 16, con sus mesas alargadas, sus manteles de hule y su carta incomprensible, es toda una aventura. Un refresco, una cerveza, dos platos de arroz, dos huevos fritos y unos fideos con verduras por 3,50 euros, bien merecen el riesgo de no saber lo que te van a servir. Tenemos que reconocer, que siendo nuestro tercer día en Vietnam no estábamos muy convencidos de cenar en este restaurante, sobre todo por Éire, pero la comida fue más que aceptable. Y como ya os contamos en esta entrada, el miedo que teníamos con respecto a Éire y la comida enseguida desapareció.

¡Que tengáis un buen fin de semana!

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