Meteduras de pata viajeras

Cuando organizas un viaje con toda la ilusión del mundo, buscando la ruta, en dónde dormir, qué escalas hacer y qué ciudades y pueblos visitar no piensas que nada se pueda torcer y no tiene por qué hacerlo. Al pasarte por nuestra página y nuestras redes sociales seguro que te parece que somos los reyes de la organización y que todos nuestros viajes nos salen genial. Bien, pues hoy vamos a romper ese mito y os vamos a confesar que a veces la liamos y que nuestras meteduras de pata viajeras son de antología. Eso sí, nos las tomamos con tranquilidad, respiramos y seguimos adelante.

Niña sobre el techo de una furgoneta meditando

Sin dinero

Llevaba 4 días metida en la cama con un gripazo terrible cuando se acercaban las dos semanas que teníamos libres para marcarnos un furgoneteo en condiciones. Nos vamos, no nos vamos; estoy fatal y no tenemos nada preparado pero no me quiero quedar en casa. Venga, nos vamos. ¿Cuándo?, esta misma tarde. ¿A dónde?, a Suiza. Buscamos rápidamente en la red en qué banco podíamos conseguir francos suizos y encontramos uno en plena Gran Vía. Cargamos la furgo con toda la ropa de invierno que teníamos, las botas de monte, vaciamos la nevera de casa para llenar la de la furgoneta y nos metimos en el centro de Madrid a las 4 de la tarde. Casi me bajo en marcha frente a la Plaza de Callao para hacerme con el botín cuando al llegar a la puerta de la sucursal veo que está cerrada. Justo ese día, cierran por la tarde. Así que nos fuimos a Suiza sin un solo franco. El primer vino que nos tomamos en Suiza lo pagamos en euros y nos devolvieron en francos suizos; obviamente, nos timaron. Y solo teníamos una opción: sacar dinero en un cajero. Las comisiones daban hasta miedo, pero no nos quedó más remedio que dejar nuestro dinero en algunos bancos suizos y no precisamente para blanquearlo. Así que ya véis que por mucho que los furgoneteros digamos eso de que la improvisación mola y bla bla bla, a veces la liamos.

Furgoneta volkswagen California en un camping de Suiza

Sin queso

Si seguís nuestra página ya sabréis que nos gusta el queso y que siempre tenemos un libro chulísimo sobre quesos en la guantera para poder saber cuáles son las especialidades de cada país que visitamos. Estando en Francia decidimos que era buen momento para acercarnos a Roquefort y visitar la cuna de este queso que nos encanta. No sabemos si fue la emoción, que el cerebro nos jugó una mala pasada o que no sabemos leer, el caso es que emocionadísimos nos metimos un montón de kilómetros para acabar tomándonos un café en Roquefort, sí. Mismas letras pero distinto pueblo.

hombre-cartel-roquefort

Sin seguro

Este caso ya es para nota. Nos fuimos allá por el año 2008 a visitar Argentina. Lo preparamos todo, como siempre. Ruta, aviones, hoteles, visitas, barcos… Y cuando llegamos a Buenos Aires nos dimos cuenta de que no habíamos contratado un seguro. Sí, ya en Buenos Aires. Y como somos así de chulillos decidimos pasar las siguientes semanas sin ningún tipo de cobertura médica. Estando en Calafate, un grifo asesino tropezó con la espalda de Heber y le hizo un boquete del que aún tiene la cicatriz. Como buen chicarrón del norte intentó pasar el trago sin quejarse hasta que tres días después la cosa se puso fea. Ya estábamos en Ushuaia cuando le costaba bajar hasta los bordillos de las aceras y decidimos ir a un centro médico. Afortunadamente la consulta solo nos costó 5 euros. Fue la última vez que se nos ocurrió hacer semejante tontería. (Tenemos foto de esta anécdota, pero no os la vamos a poner. Puede herir sensibilidades)

Sin teléfono

¿Sabéis eso de que las compañías de teléfono te ofertan un teléfono y tú te tiras pagándolo dos años de tu vida? Yo sí  lo sé. Cuando fuimos a celebrar el fin de año con Éire a Londres, yo tenía un teléfono de esos desde hacía un par de meses y estaba encantada porque hacía fotos en condiciones. Y gracias a eso estaba consiguiendo imágenes estupendas de la Navidad londinense. Qué contenta estaba yo pensando en el momento en que iba a descargarme esas fotos y rememorar el viaje. Ya en el aeropuerto, cuando estábamos a punto de embarcar, mi vejiga dijo que ya no podía más así que me fui al baño. Llevaba el teléfono en el bolsillo y antes de bajarme los pantalones lo saqué y lo dejé apoyado sobre el dispensador de papel higiénico. «¿Te imaginas que te lo olvidas?, jajaja, qué chorrada», pensé yo para mí en mi momento gracioso del día. Volví junto a la familia y pasamos el control del avión; faltaban 5 minutos para el despegue y entonces me di cuenta. Sí, la chorrada se había cumplido y mi teléfono se había quedado en el baño. ¿Qué cara se me quedó? Pues de imbécil; porque ya hay que ser imbécil para que te pase eso después de haber estado bromeando con el tema.

Mujer con teléfono movil en el metro de Londres

Sin cobertor

Somos defensores acérrimos del porteo y llevamos a nuestras hijas encima todo lo que podemos ya sea con una mochila (siempre ergonómica), un fular, una bandolera… Pero los niños que son porteados también tienen que estar abrigados así que para eso nos compramos un cobertor impermeable perfecto para días de frío polar. Nos gusta la nieve y el primer invierno de Éire no dudamos en irnos al Puerto de la Morcuera en Madrid a pasar un par de días y hacernos alguna ruta con las raquetas. Aparcamos la furgo, sacamos todo el material, nos ponemos a Éire en un mei tai y entonces nos damos cuenta de que nos hemos dejado el cobertor en casa. Con las ganas que teníamos de meternos en la nieve… No pasa nada. Heber, padre furgonetero donde los haya, se las ingenia para que la niña no se nos quede hecha un cubito: la manta de la furgoneta y un par de cuerdas son suficientes para cubrir a la pobre criatura y convertirla en una especie de fardo. Eso sí, un fardo muy abrigadito.

Mujer con portabebé y raquetas de nieve

Sin avión

Estuvimos semanas organizando las conexiones de transportes para poder movernos durante nuestro viaje por Vietnam. Una de nuestras últimas etapas fue la ciudad de Hue. Desde allí, teníamos que coger un avión que nos llevase a Hanoi, la capital. El día antes de tener que coger ese avión nos informamos sobre cómo podíamos llegar al aeropuerto del que nos salía el vuelo y no había manera de encontrar un transporte público, así que tuvimos que alquilar un coche privado que hiciera un trayecto de más de dos horas. En la recepción del hotel todo el mundo nos decía que tendríamos que haber cogido el vuelo desde el aeropuerto de Hue que estaba a menos de media hora; era raro que no hubiésemos tenido eso en cuenta, pero como habíamos cogido tantos vuelos pues tampoco nos extrañó que esto se nos hubiera escapado. Nos levantamos a las 5 de la mañana y nos metimos en el coche. Al llegar al aeropuerto Heber saca los papeles con los datos del vuelo y se echa las manos a la cabeza. Se le queda la cara desencajada. ¿Qué pasa?. Pues que sí que habíamos tenido en cuenta que había un aeropuerto cercano a Hue y nuestro vuelo en realidad salía de allí. Imposible llegar a tiempo. Tuvimos que comprar billetes nuevos y esperar más de 4 horas para poder subir al avión.  Afortunadamente los vuelos internos en Vietnam no son demasiado caros y no nos supuso un drama. Pero fue un coñazo.

Pista de aterrizaje

Sin gafas

Llega un momento en la vida de una persona en el que se tiene que comprar unas gafas de sol decentes y mi momento llegó cuando estábamos organizando el viaje a Vietnam. Fui sobre seguro y me compré unas de la marca Ray Ban que me resultaban cómodas, eran oscuras (lo que valoro mucho en unas gafas de sol) y podía ponérmelas con toda la ropa del armario. Menos de 6 meses después, en la primera ciudad que visitamos en nuestra ruta por Polonia, un simpático metió la mano en mi bolso y me las robó. Primer disgusto con las gafas. Estuve todo lo que me restó de viaje con la mirada caída y no por coqueta, sino porque el sol polaco era mortal y yo no veía un pimiento.

Un año después decidí comprarme otras. Misma marca y mismo modelo aunque algo más baratas porque aproveché las rebajas de las Rozas Village. Y nos fuimos a Inglaterra, la familia al completo y las gafas. Todo iba bien hasta que en el acueducto de Pontcysyllte Heber me dijo que me quitara las gafas para hacerme una foto. Pero algo pasó en el camino de la cabeza al bolsillo y empezaron a hacer piruetas en el aire; en una mano yo llevaba mi cámara de fotos y en la otra llevaba a Éire. Fue físicamente imposible cogerlas y con resignación las vi caer al canal y hundirse con toda la clase y el glamour con el que unas gafas de la marca Ray Ban se precipitan al abismo.

Os informo de que no me he vuelto a comprar otras y que sigo fiel a mis gafas de 10 euros. Esas, nunca me abandonan.

Mujer en canal de Pontcysylltte

Mirando resignada cómo mis gafas se hunden.

Con Virus

Nunca habíamos hecho tantísimas fotos como cuando viajamos por Vietnam. Se nos llenaron las tarjetas de memoria y no tuvimos más remedio que utilizar el ordenador de un hotel para descargarlas en un disco duro externo. Resultado: al llegar a casa comprobamos que aquel ordenador era un desgraciado lleno de virus que nos destrozó más de 600 fotografías. No tenemos ni una de nuestro crucero por la Bahía de Halong. Para darnos de tortas. Conclusión: ahora llevamos tarjetas de memoria como si fuésemos a viajar durante 6 meses por Siberia.

Calle de Saigón con bandera

Y a vosotros, ¿os sale todo redondo en los viajes o también tenéis meteduras de pata viajeras dignas de ser contadas? Si es así, esperamos que lo hagáis en los comentarios.

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